Democracia. ¡Qué bello y trascendente concepto! Sí, es muy bonito y nos emociona desde hace milenios. Pero no funciona bien para todos. Y en nuestro país es un desastre que lo único que ha traído es miseria, violencia y desigualdad. ¿Por qué? Pues mire, no soy experto en política –ni me interesa–, pero se lo explico desde el punto de vista de una persona común que ya se hartó de ver que tal proceso funciona en unos países y en otros no. A como lo entiendo, la democracia se basa en la popularidad de un candidato o persona elegida, su carisma y capacidad de mentir, engañar, de crear ensoñación, de prometer y no cumplir ni entregar, de contradecirse, de polarizar y de intentar manipular la constitución y especialmente en nuestro país, de ser pendejo. Profundamente pendejo. Basta con hacer una revisión de los dos sexenios de la década de los 70 para demostrar claramente el punto.
Leo las columnas de los especialistas en política y no puedo menos que entrar en estados de rabia porque casi todos confluyen en la opinión de que el país, hoy, va mal y va a acabar peor. Y no tiene que ver con el virus, eso es un elemento que no ayuda, pero no es la causa del problema.
De niño pasábamos las vacaciones en los ranchos de la familia en la Huasteca veracruzana. Hacíamos de todo; montar a caballo, ordeñar vacas, hacer queso, arrear ganado, caminar por la playa de la laguna y merendar café con pemoles. La pasábamos bien. Ciertas tardes nos juntábamos en casa del capataz. Allí estaban todos los empleados: el caballerango, peones, las muchachas de la ayuda casera, los arrieros y así. Se discutían problemas, novedades y acciones a tomar. Era como un consenso que me pareció interesantísimo y estimulante porque ahí estábamos todos. Resulta que los dos empleados más viejos eran quienes sugerían soluciones y aprobaban mociones. Y la gente lo aceptaba. Y esto porque la edad trae sabiduría (aunque también intensifica la pendejez y la ineptitud, claro). La sabiduría viene como una combinación de experiencia, buen juicio y sentido común. Y los viejos suelen desarrollarla. Por eso se les toma en cuenta. El caso es que, por lo menos en el caso del rancho, el consenso funcionaba y se procuraban resultados adecuados, correctos y convenientes.
Hoy a la gente mayor no solo se les ignora: se les toma como estorbos y son replegados a clínicas geriátricas, “casas de reposo” (válgame la chingada con el eufemismo) o a asilos. De eso hablaremos en otra columna, pues es tema serio y de importancia.
No me apasiona discutir sobre política, pero lo que sí quiero es entender por qué estamos tan jodidos y cómo podemos hacerle para que las cosas se compongan. Sin tener experiencia en el tema, voy a proponer una serie de puntos que me parecen elementales para intentar resolver el caso. Y que conste que estoy siendo bien claro: no entiendo el asunto de la política, pero soy un común que quiere resultados favorables. Va:
A.- Que los candidatos, vengan de donde vengan, con o sin afiliación política, presenten un examen de admisión. ¿Por qué muchas universidades someten a los candidatos a exámenes así? Bueno, pues para evitar que se cuelen estúpidos y gente sin capacidad para estudiar una carrera, así de simple. Entonces, ¿por qué coño no sometemos a los funcionarios públicos a un tratamiento parecido?
B.- Consejo. Se requiere que un grupo de sabios evalúe a la gente que está en el poder y determine si puede o no seguir allí. Pues ya sabemos lo que ocurre cuando se les permite a los pendejos ejercer su idiosincrasia, su carácter y sus disparates. Y sí: me informan que existe un mecanismo para retirar funcionarios, ¡pero no funciona!
C.- No tener antecedentes conflictivos con el puesto. Incluye robo, extorsión, manipulación, etcétera. Inútil decir que nuestros candidatos o ya llegan exhibiendo estas finas virtudes o las desarrollan en el puesto.
D.- Examen psicométrico. Hay muchos trabajos que lo exigen. Así se detecta una serie de “focos rojos” que han evitado muchos problemas. Le apuesto un pomo de whisky que de aplicar semejante prueba a nuestros funcionarios, muchos terminarían en el psiquiátrico.
E.- Examen de coeficiente intelectual. No diré más, solo recuerde lo que dije unas líneas atrás sobre funcionarios pendejos.
El que una persona termine electa por vía popular no quiere decir que sea competente ni que esté capacitada para ejercer tal puesto. Y eso de elegir por dedazo a funcionarios de menor nivel es exactamente lo mismo. Vamos a verlo así: cualquier puesto público ¡es un puesto de trabajo, coño! Y como tal debe ser evaluado bajo los parámetros antes expuestos. Hay que evaluar la competencia, la visión, la integridad, la inteligencia, el sentido común, la capacidad diplomática y la empatía social. Me temo que no hemos visto en un presidente ninguna de estas características, desde hace décadas. Y no parece que vayamos a verlas pronto.
El caso es que tanto yo como usted estamos hasta el pito y ya nos dimos cuenta que así como está el sistema, estamos acudiendo a las urnas para echarnos la soga al cuello. A ver si ya vamos cambiando esto, cómo ve.
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